domingo, 23 de noviembre de 2014

CREÍA QUE DIOS ERA LA BEBIDA.

“Creía que la bebida era Dios.”
Soy hija adoptiva, y al llegar a la edad de siete años me pusieron en un orfanato. Las monjas del orfanato siempre estaban orando a Dios, pero yo no podía encontrar al Dios con quien siempre estaban hablando.
A la edad de nueve años, probé un poco de vino. Me dije, “así que éste es el Dios del que hablan.” Creía que la bebida era Dios.
Me expulsaron de la escuela por haberme lanzado a una discusión sobre los grupos étnicos. Una de las muchachas me insultó, diciendo: “Ustedes …puertorriqueños,” y me eché encima de ella. Al recobrar el conocimiento, me encontré dentro de una camisa de fuerza. “¿Sabes lo que hiciste anoche?” la enfermera me preguntó. “No”, le dije. Me dijo que había luchado con la muchacha; que ella había perdido el conocimiento, pero yo seguí gritando que quería arrancarle el corazón. Y había roto una botella para hacerlo.
Quería fugarme del orfanato, así que me casé. Cuando estaba embarazada de cinco meses, mi marido me dejó para alistarse en las fuerzas armadas. Recurrí a mi suegra por ayuda. Me dio una pequeña botella de whisky y me dijo, “Toma un traguito de esto cada noche y podrás dormir. No tendrás ningún problema.” Vacié la botella.
Fui a la Cruz Roja para averiguar lo que podía hacer con mi vida. Me dijeron que la única salida era trabajar, así que me dediqué a dos trabajos. Siempre acompañada de mi amigo, el whisky.
Trabajé y ahorré dinero y, pasados cuatro años, mi marido regresó. Me dijo que podíamos “recoger los pedazos” y volver a comenzar. Con el dinero que había ahorrado, compramos una bombonería, en donde vendíamos también licores y nos metimos en muchos tratos dudosos.
Algo no andaba bien dentro de mí. Seguía echando a mi marido de la tienda, para así poder beber todo el día. Estaba segura de que mi marido no me quería, de que mis hijos no me querían, de que nadie me entendía. Necesitaba algo que me infundiera el deseo de vivir.
Conseguí un empleo como camarera de un bar, en donde tenía todos los hombres y toda la bebida que podía desear. Me parecía, por fin, estar feliz. Quería deshacerme de mi marido, así que cuando la policía vino a buscarlo, les dije dónde lo podían encontrar. La policía lo detuvo y un tribunal lo declaró culpable de asesinato.
Mientras él estaba en prisión, perdí mi empleo de camarera. No podía hacer más que beber. Necesitaba con qué subsistir, y a los únicos a quienes podía acudir era a los asiduos del bar. Así que hacía muchas cosas que no debía, pero las consideraba propias ya que de esa manera mis hijos tenían algo que comer.
Ya no me sentía digna de la vida; pecadora, había quebrantado la ley de Dios. Me sentía sucia. Tres veces atenté contra mi vida; traté de llevarme a mis hijos conmigo, para que no sufrieran lo que había sufrido yo. Abrí la válvula de gas de la cocina y me senté con mi botella de ginebra, esperando la muerte. Pero los vecinos forzaron la puerta y me llevaron al hospital. Me dijeron que tenía un problema con la bebida, pero no quise escuchar. Quería morir borracha.
Cuando mi marido fue puesto en libertad, decidió quedarse con su amante. Tuve que vender mi casa y mudarme a un apartamento. Tres veces intentaron violarme en la calle. La última vez, fui muy lastimada y tuve que pasar tres meses en el hospital. Quería vengarme de todos los hombres.
Empecé a andar por las calles, esperando que alguien intentara atacarme para así poder matarlo y acabar en prisión. Tomando licores y píldoras, terminé de nuevo en el hospital. El siquiatra me dijo que tenía un problema con la bebida, y que debía ir a A.A. Le dije que no podía vivir sin el alcohol.
No obstante, fui a A.A., y al entrar por primera vez en la sala de reunión, vi a todos los hombres allí presentes. Odiaba a los hombres — me habría gustado que todos se hubieran caído muertos. Pero seguí sentada, recordando lo que me había dicho el doctor: “Ve, siéntate, y escucha.” (No pude asistir sobria — había tomado algunos tragos.) Recuerdo que se decía que el alcoholismo era una enfermedad progresiva y que yo tenía ahora una buena oportunidad de crearme una vida sana.
Después de tres meses en A.A., aún bebía, y me preguntaba: “¿Por qué no puedo dejar la bebida? Tal vez me estén diciendo mentiras. Ellos también deben de seguir bebiendo.” Una noche — durante el día había tomado tres tragos — estaba sentada en una reunión, y por primera vez desde hacía años, sentí latir mi corazón. Dije: “Si esto es Dios, si esto es Tu presencia, déjame que agarre un hilo de Tu cuerda y sácame de esta botella para que pueda volver a andar con la gente de este mundo.” Sabía que algo tremendo me estaba pasando, y me fui de la reunión con una sensación maravillosa. Era el 3 de julio. Celebro mi aniversario de A.A. en el Día de la Independencia — el día en que dejé de depender de la botella.
Al principio no me era fácil, pero mi madrina me ayudó. Entonces, comencé a hacer los trabajos de servicio para mi grupo. Dos meses después, empecé a atender los teléfonos en el despacho hispano de la oficina intergrupal. Hoy le doy gracias a Dios, porque, haciendo estos trabajos, pude mantenerme alejada de aquellos con quienes solía beber. Ahora sirvo como coordinadora de institu-ciones para el Comité Hispano.
Voy a reanudar mis estudios. Yo sé que hay muchas mujeres como yo, especialmente en la comunidad hispana. Llevo una buena vida, y cada noche rezo por poder llevar el mensaje de A.A. a otro alcohólico.


PUBLICACIONES DE A.A.

Publicaciones de A.A.
Se pueden obtener formularios de pedidos completos en la Oficina de Servicios Generales de ALCOHOLICOS ANONIMOS, Box 459, Grand Central Station, New York, NY 10163.
LIBROS
ALCOHOLICOS ANONIMOS
A.A. LLEGA A SU MAYORIA DE EDAD
DOCE PASOS Y DOCE TRADICIONES
COMO LO VE BILL
EL DR. BOB Y LOS BUENOS VETERANOS
REFLEXIONES DIARIAS
DE LAS TINIEBLAS HACIA LA LUZ
LIBRILLOS
LLEGAMOS A CREER
VIVIENDO SOBRIO
A.A. EN PRISIONES — DE PRESO A PRESO
FOLLETOS
44 PREGUNTAS
LA TRADICION DE A.A. — COMO SE DESARROLLO
LOS MIEMBROS DEL CLERO PREGUNTAN ACERCA DE A.A.
TRES CHARLAS A SOCIEDADES MEDICAS POR BILL W.
A.A. COMO RECURSO PARA LOS PROFESIONALES DE LA SALUD
A.A. EN SU COMUNIDAD
¿ES A.A. PARA USTED?
ESTO ES A.A.
¿HAY UN ALCOHOLICO EN EL LUGAR DE TRABAJO?
¿SE CREE USTED DIFERENTE?
PREGUNTAS Y RESPUESTAS ACERCA DEL APADRINAMIENTO
A.A. PARA LA MUJER
A.A. PARA EL ALCOHOLICO DE EDAD AVANZADA— NUNCA ES DEMASIADO TARDE
ALCOHOLICOS ANONIMOS POR JACK ALEXANDER
CARTA A UNA MUJER ALCOHOLICA
LOS JOVENES Y A.A.
EL MIEMBRO DE A.A. — LOS MEDICAMENTOS Y OTRAS DROGAS
¿HAY UN ALCOHOLICO EN SU VIDA?
DENTRO DE A.A.
EL GRUPO DE A.A.
R.S.G.
CARTA A UN PRESO QUE PUEDE SER UN ALCOHOLICO
LAS DOCE TRADICIONES ILUSTRADAS
COMO COOPERAN LOS MIEMBROS DE A.A....
A.A. EN LAS INSTITUCIONES CORRECCIONALES
A.A. EN LAS INSTITUCIONES DE TRATAMIENTO
EL PUNTO DE VISTA DE UN MIEMBRO DE A.A.
PROBLEMAS DIFERENTES DEL ALCOHOL
COMPRENDIENDO EL ANONIMATO
UNA BREVE GUIA A ALCOHOLICOS ANONIMOS
UN PRINCIPIANTE PREGUNTA
LO QUE LE SUCEDIO A JOSE
(Historieta a todo color)
LE SUCEDIO A ALICIA
(Historieta a todo color)
ES MEJOR QUE ESTAR SENTADO EN UNA CELDA
(Folleto ilustrado para los presos)
¿ES A.A. PARA MI?
LOS DOCE PASOS ILUSTRADOS
HABLANDO EN REUNIONES NO A.A.
VIDEOS
ESPERANZA: ALCOHOLICOS ANONIMOS
ES MEJOR QUE ESTAR SENTADO EN UNA CELDA
LLEVANDO EL MENSAJE DETRAS DE ESTOS MUROS
LOS JOVENES EN A.A.
TU OFICINA DE SERVICIOS GENERALES,
EL GRAPEVINE Y LA ESTRUCTURA DE
SERVICIOS GENERALES
REVISTAS
LA VIÑA DE A.A. (bimensual)

DONDE ENCONTRAR A.A.

Dónde encontrar A.A.
La ayuda es fácil de obtener en la mayoría de los pueblos, suburbios y ciudades (en donde se encuentran a menudo muchos grupos locales de A.A.). En las áreas rurales, los miembros conducen alegremente largas distancias si la reunión no se efectúa en las cercanías.
Los que se ven incapacitados físicamente para asistir a las reuniones, y los que residen lejos de cualquier grupo de A.A. pueden, sin embargo, disponer de ayuda. Una miembro de la región medioeste, después de sufrir un accidente, se creyó aislada. “Tenía que quedarme en un sillón de ruedas, y sabía que estaría así durante muchos meses. Por eso escribí a la Oficina de Servicios Generales de A.A., diciéndoles que me gustaría mantener correspondencia con otros miembros. Empecé a recibir una lluvia de cartas. Creía que no tenía ni siquiera un amigo en todo el mundo, y de repente los tenía en todas partes. Lo más estupendo es que, a través de Dios y Alcohólicos Anónimos, podemos extender la mano de la hermandad por correo. Muchas mujeres escriben con sus problemas personales; los discutimos. Nos ayudamos unas a otras — en realidad, estoy recibiendo más que nadie.”
Los Solitarios (o Miembros Solitarios) de A.A. cuentan con las cartas, con el boletín Loners Internationalists Meeting (en inglés) — una reunión por correo — y a veces con la palabra hablada (a través de grabaciones), como sustitutos para encontrarse con los demás miembros. Disponen también de otro recurso importante — la literatura de A.A. (los títulos aparecen en una lista en este folleto), particularmente, los libros Alcohólicos Anónimos (el Libro Grande) y Doce Pasos y Doce Tradiciones.
Los Doce Pasos (reproducidos en su totalidad en la página 29), que a menudo se mencionan en las historias que acabas de leer, y sobre los que se discute regularmente en las reuniones, son el corazón del programa de A.A. No están basados en mera teoría; los primeros miembros de la Comunidad analizaron juntos lo que habían hecho para ponerse sobrios y mantener su sobriedad. Los Pasos son un resumen de su experiencia, y sirven de guía hacia la recuperación espiritual que hoy en día surte efecto para más de un millón de alcohólicos.
Sí, A.A. es un programa espiritual pero no un programa religioso. Aunque se menciona a Dios en los Pasos, a Su nombre siempre le siguen las palabras “como nosotros Lo concebimos,” dejando así que todo miembro individual lo interprete a su manera. Cuando oyes a los A.A. agradecer a un Poder Superior el haberles dado la sobriedad que no podían lograr por sí mismos, la mayoría de ellos se refieren a Dios. No obstante, algunos expresan su gratitud al poder superior que representan su propio grupo o la Comunidad en su totalidad, por haberles capacitado para hacer lo que solos no podían.
En otras palabras, los enfoques religiosos de los miembros no tienen mayor importancia para su pertenencia a la Comunidad de lo que lo tienen su edad, sexo, raza o nacionalidad. En la apertura de la mayoría de las reuniones de A.A., oirás palabras que significan precisamente esto: “El único requisito para hacerse miembro de A.A. es el deseo de dejar la bebida.” Para el alcohólico activo, la apremiante necesidad es dejar de beber. El programa de A.A. empieza con esta necesidad esencial — y luego sigue mucho más allá.
¿Cómo encuentran las mujeres su camino hacia A.A.’? Si has tomado este folleto en una reunión, yaestás con nosotros, y te damos cordialmente la bienvenida. En muchos pueblos, el número de teléfono de A.A. está en la guía de teléfonos, y puedes llamar para enterarte de los lugares y las horas de las reuniones. Muchas mujeres asisten a su primera reunión en el hospital, la prisión o la institución de tratamiento en que se encuentran. Otras son dirigidas hacia A.A. por consejeros en sus escuelas o lugares de empleo. Muchas son enviadas por médicos, siquiatras o clérigos; otras son puestas en contacto con A.A. por amigos familiarizados con el programa. (Aunque se supone que, fuera de la Comunidad, los miembros respetan cuidadosamente el anonimato de sus compañeros, la mayoría de ellos desean informar a su familia y sus amigos íntimos sobre su propia pertenencia a A.A.)
Si no dispones de ninguno de estos medios para ponerte en contacto con A.A., lo puedes hacer escribiendo a Box 459, Grand Central Station, New York, NY 10163. Esta es la dirección de correos de la Oficina de Servicios Generales de A.A., que te enviará a petición, información específica sobre A.A. en, o cerca de tu ciudad de residencia.


QUE ES EL PROGRAMA DE A.A.

¿Qué es el Programa de A.A.?
La introducción más informativa a Alcohólicos Anónimos y la manera más valiosa de hacer funcionar su programa, se encuentran en el mismo lugar: las reuniones de A.A. Estas reuniones, que se efectúan regularmente en pueblos de todas partes del mundo (actualmente, en más de 150 países), se clasifican en tres categorías: abiertas, cerradas, para principiantes.
Cualquier persona, tanto alcohólica como no alcohólica, puede asistir a una reunión abierta; puedes llevar contigo a un pariente o un amigo, aun cuando tu compañero no tenga problemas con la bebida. Al mirar a tu alrededor en una reunión de A.A., no podrás distinguir, sólo por apariencias, a los alcohólicos de los no alcohólicos.
Asistir a una reunión de A.A. no supone ningún compromiso. Siéntate tranquilamente y escucha a los miembros de A.A. contar sus historias personales y explicar cómo el programa de A.A. de recuperación ha cambiado sus vidas. Estarás mejor preparada para aprovecharla al máximo, si llegas a ella en la condición más sobria que puedas, con una mente abierta y lista para considerar ideas que pueden ser nuevas; y si estás dispuesta a aprender más de ti misma a través de tu identificación con los demás. Las reuniones de A.A. nunca son meras conferencias o sermones; siempre son oportunidades para compartir.
Mientras que todo aquel que lo desee puede asistir a una reunión abierta, la asistencia a las reuniones cerradas está limitada a los que saben que son alcohólicos o creen que pueden serlo. En las discusiones informales que forman la mayor parte de estas últimas, los participantes consideran los medios para lograr y mantener una feliz sobriedad, así como para enfrentarse tanto a las situaciones cotidianas como a las crisis ocasionales, sin el alcohol.
En las reuniones de principiantes, las discusiones se centran en la tarea primordial — cómo mantenerse alejado del primer trago, un día a la vez. Oirás sugerencias prácticas y útiles hechas por personas que han estado donde tú estás ahora y que, desde entonces, llevan muchos días sobrias. La experiencia compartida de los miembros sobrios de A.A. constituye la cuerda de salvamento hacia la sobriedad. Sin importar cuánto tiempo haya pasado desde que un A.A. tomó su último trago, él o ella siempre dicen: “Soy alcohólico.” Los A.A. reconocen el hecho de que padecen una enfermedad crónica y agradecen la ayuda que la Comunidad les presta en el proceso continuo de su propia recuperación.

ERA INSACIABLE, VACÍA POR DENTRO, BUSCABA LA FELICIDAD EN EL FONDO DE LA BOTELLA.

“Era insaciable, vacía adentro, buscando la felicidad en el fondo de la botella.”
Mi nombre es María y soy alcohólica. Gracias a Alcohólicos Anónimos y por la gracia de Dios no he tenido que tomar un trago de alcohol en 21 años.
Bebí por primera vez el día en que cumplí 16 años de edad, que por casualidad fue el mismo día en que me casé. Inmediatamente me gustaron los efectos que el alcohol producía en mí. Por naturaleza, soy una persona tímida y callada; no obstante, el alcohol me dejaba hacer cosas que no me podía imaginar hacer cuando estaba sobria.
Por haberme criado en un barrio integrado de Queens, Nueva York, no me di realmente cuenta de que era una mujer negra, hasta que me trasladé a Chicago. No era un hecho que pudiera cambiar, y sólo hizo que me sintiera más resuelta a ser alguien.
Bebí solamente durante cinco años, pero al echar una mirada en retrospectiva, es aparente que bebía alcohólicamente desde el mismo principio. Cuando bebía, otra personalidad asumía su dominio sobre mí
— una personalidad que no me caía bien. Tengo tres hijos. Uno nació durante las últimas etapas de mi enfermedad, y hoy, me parece, se nota la diferencia en su personalidad.
Durante mis años de bebedora, era infiel a mi marido. Le echaba la culpa de mi infelicidad a él, o al hecho de que era demasiado joven cuando me casé. Era insaciable, vacía adentro, buscando la felicidad en el fondo de la botella.
No frecuentaba los bares. La mayoría de las veces, bebía en casa. El trabajo de mi marido le requería ausentarse a menudo de la ciudad. Esperaba unos treinta minutos después de que él salía de la casa, y luego me dirigía al almacén de licores, compraba mi suministro, me volvía a casa y bebía sin tregua hasta perder el conocimiento. Me hundía en lo que más tarde aprendería a reconocer como “una racha de autocompasión,” llamaba a mis amigos para invitarles a una fiesta. Sin embargo, al poco rato, estos sentimientos se convertían en remordimientos y culpabilidad. No tenía ni siquiera la sospecha de que era alcohólica. No sabía lo que significaba ser alcohólica. Creía que mi marido causaba todos mis problemas, y decidí divorciarme.
Una tarde, sentada en el sillón escuchando la radio
o mirando la TV, no puedo recordar el qué, oí una voz que decía, “Si tienes un problema con la bebida, llama a este número.” Me habían dicho que bebía en demasía — ¿Por qué no llamar? Si el locutor hubiera dicho, “Si eres un alcohólico…”, nunca habría telefoneado. Por curiosidad, telefoneé. Una mujer muy amable me preguntó si necesitaba ayuda para un problema con la bebida; me preguntó si podía mantenerme sobria durante 24 horas, y le respondí que no. Me dijo que cualquier persona podía mantenerse sobria durante 24 horas. Me sentí ofendida y colgué.
Yo también era una de esas “alcohólicas lloronas”, así que naturalmente volví a llorar. Al día siguiente, me desperté, empecé a beber y me acordé de haber llamado a A.A. el día anterior y me decidí a llamar otra vez. Hablé con la misma mujer, me propuso hacer que alguien me llamara y me llevara a una reunión. Rehusé ir, colgué, lloré y volví a beber.
Llamé otra vez, y le pedí que me enviara a alguna información. Lo hizo, la leí, le llamé de nuevo y me dijo dónde se efectuaba la reunión. Era una reunión abierta. Pedí a una vecina que me acompañara esa noche. Un señor estaba hablando. No recuerdo nada de lo que se dijo, excepto que una mujer me dio un “paquete de principiantes” que contenía nombres, y me pidió que llamara a alguien antes de tomar la próxima copa. También me dijo que siguiera viniendo.
Esto ocurrió hace 21 años. Siempre he creído en Dios. En A.A. lo llamamos un Poder Superior, y por eso me era fácil aceptar este aspecto del programa. Me dijeron que pidiera la ayuda de mi Poder Superior cada mañana y que le diera gracias cada noche. En A.A. existen solamente sugerencias, no reglas, y esto me conviene. Me parecía que siempre me habían dicho lo que tenía que hacer, y esto, para mí, no funcionaba bien.
Hoy asisto a las reuniones para recordarme a mí misma que, a pesar de haber mantenido mi sobriedad durante algunos años, sólo un trago me separa de la próxima borrachera. Alcohólicos Anónimos me ha deparado la posibilidad de reanudar mis estudios, algo que siempre he deseado hacer. En un plazo de algunos meses, me otorgarán mi título superior en sicología. Cosas así sólo pueden ocurrir en A.A. Los instrumentos se encuentran disponibles allí; no tenía que hacer más que mantenerme sobria y utilizarlos.
Hoy, como consecuencia del programa de A.A., he vuelto a ser responsable. Tengo un buen trabajo que me permite compartir una parte de mí misma tanto con los alcohólicos recuperados como con los que aún están sufriendo. Para mí sigue funcionando — un día a la vez.


YO ERA LA TÍPICA AMA DE CASA BORRACHA DE ASPIRACIONES BURGUESAS.

“Yo era una típica ama de casa borracha de aspiraciones burguesas.”
Me llamo Dorotea y soy alcohólica. Tenía 65 años cuando llegué a A.A. — algo más tarde que la mayoría de los novatos — después de decidir que tenía que dejar de beber o iba a terminar mis años dorados como una madre y abuela borracha.
Yo era una típica ama de casa borracha de aspiraciones burguesas. El alcohol debía de haber estado interfiriendo en mi vida y causándome problemas desde hacía muchos años; no me di cuenta de lo que estaba pasando hasta unos cinco años antes de llegar a la Comunidad de A.A.
Tuve que hacer tres intentos para lograr mi sobriedad en A.A.; la tercera vez, no tenía alternativano me quedaban muchos años para ponerme sobria,
Me crié en un hogar alcohólico. Mi padre bebía mucho y de golpe y en esto yo me parecía a él. No era uno de los que podían sentarse y beber su whisky a sorbitos, como mi madre.
Al llegar a la edad de 16 años, ya había dejado la escuela, y estaba casada con un hombre doce años mayor que yo. En aquellos tiempos, llevábamos una buena vida. No bebía porque no teníamos bebidas alcohólicas. Era simple.
Después de tres años de matrimonio, perdí a mi primer hijo, y pasaron cuatro años antes de que tuviéramos a nuestro hijo Juan. La primera vez que me puse borracha y enferma, fue justo antes de que Juan naciera. Salimos con unos parientes y me emborraché bebiendo cerveza, me subí encima de una mesa y canté y bailé como una tonta. De camino a casa no dejaba de vomitar. Mi marido se reía.
Nuestra hija Linda nació en 1937. Durante los años de la guerra, nos divertíamos mucho y yo estaba segura de poder dejar de beber cuando lo deseara. Me puse violentamente borracha otra vez, y empecé a sufrir resacas.
No puedo decir exactamente cuándo crucé la línea, ni tampoco recuerdo cuándo comencé a beber furtivamente. Mi marido era un bebedor social que podía tomarse un trago y echarse a dormir. La idea que él tenía de un trago era un dedo de whisky escocés con un vaso de soda. No me podía imaginar beber de esta forma.
Después de nacer nuestro tercer hijo, solía volver a casa de mi trabajo en unos grandes almacenes y tomar un vaso de Metrecal, una bebida dietética de la época. Eso era un esfuerzo para luchar contra la gordura (lucha que todavía mantengo), pero añadía un poco de alcohol. Estaba experimentando muchas dificultades, pero no lo quería admitir.
Con el tiempo, nos mudamos, y la primera cosa que averigüé fue dónde se encontraba la tienda de licores. Nuestros dos hijos mayores eran muy cabales; hacían lo que debían de hacer y tenían la cabeza en su sitio. Puede que mi beber afectara más a mi hijo menor, David. El empezó a tomar drogas, y eso me dio un buen pretexto. Nuestro hijo estaba tan enfermo como yo, y mi marido se encontró atrapado entre nosotros durante 19 infernales años.
David resultó ser otro tipo de mensajero. Asistía a una clínica de methadone, donde conoció a una mujer que era miembro de A.A. Aquí estaba este drogadicto diciéndole a su madre que debía hablar con una señora alcohólica recuperada. Así que cogí el autobús y fui al centro en donde estaba Lerisa y hablé con ella. Me dio una copia del Libro Grande. Esa misma noche, ella y su madrina me llevaron a mi primera reunión de A.A. Todo eso ocurrió cinco años antes de que estuviera lista para dejar de beber. Parecía que estaba lista para escuchar, pero no para hacer el trabajo. Solía volver a casa después de las reuniones y ponerme a beber.
Aunque me llevó mucho tiempo reconocerlo, la evidencia era bastante obvia. Bebía diariamente, y sabía que tenía un problema grande. Una noche, después de mis primeros peregrinajes por las reuniones de A.A., al salir a cenar con mi marido, me fui tambaleando hasta el coche, y le dije, “Tengo que ir a un centro de tratamiento.” Se dispuso todo para que así lo hiciera. No recuerdo mucho lo que pasó. Sólo sabía que tenía que ir.
Un problema que tenía, y con el que no quise enfrentarme, era que estaba avergonzada por ser la más vieja. Había jóvenes de 14 y 15 años de edad, y muchas mujeres en sus treinta y cuarenta. Otra cosa me chocó: me dijeron que mi hija había respondido a una llamada del centro y les había dicho que su padre necesitaba alguien con quien hablar. Esa fue la primera vez en que me percaté de que él estaba sufriendo. Me lastimó mucho, y resolví hacer un esfuerzo para lograr la sobriedad.
Dada de alta del centro, volví a asistir a las reuniones de A.A. y encontré que nadie me estaba prestando atención. Me mantuve sobria durante un año, pero tenía todavía la sensación de no pertenecer. Me decía que todos me estaban mirando a mí, una viejecita tan amable. Me sentía muy desgraciada; ellos no sabían nada de mí, porque yo no estaba dispuesta a decirles nada. Yo era una sabelotodo que iba alejándose poco a poco.
No pasó mucho tiempo antes de que tomara un trago. Me sentí mal, pero enseguida llamé a dos A.A. que vinieron a mi casa y me llevaron a una reunión. Luego fui sola a una reunión. Ahora tengo un grupo base, donde puedo recordar mi último trago.
Cuando llegué a la Comunidad para quedarme por fin, me sentí fuera de lugar con mi pelo canoso. Yo era mayor que casi todos los demás y aquellos que se acercaban a mi edad, habían sido miembros de la Comunidad desde hacía muchos años. Así que me sentía como una muchacha de diez años en un jardín de infancia.
Me llevó tiempo entender que tendría que dar si quería sobrevivir en el programa. Tenemos un grupo de A.A. sólido, en donde nos apoyamos, unos a otros, y donde puedo pasar tiempo con amigas en sus cincuenta; aunque tengo 72 cumplidos, me encuentro al mismo nivel. Empecé a sentirme como una verdadera participante cuando comencé a servir como secretaria de mi grupo. Me ha gustado ser Representante de Servicios Generales, y asistir a las asambleas y con venciones de A.A. Me es importante no sentarme con los brazos cruzados, sino hacer algo — y el trabajo de servicio de A.A. me da esta oportunidad. A través del servicio, he conocido a mucha gente maravillosa. Mi vida social también es muy completa — miel sobre hojuelas — y me gustaría que otra mucha gente pudiera tener lo que tengo yo.
Mis amigos de A.A. me quieren por ser la persona que soy, con mi pelo canoso y todo. Mi familia me quiere, y mi hija es también mi amiga. Mis nietos saben que soy una alcohólica y procuran que su abuelita tenga su soda o su agua con hielo. Al principio, me preocupaba que lo supieran, hasta que me di cuenta de que yo no quería ser una madre o una abuela borracha. Ahora soy bisabuela, y, de alguna forma, ser una bisabuela borracha habría sido peor. Y considero una bendición que la familia me confíe el cuidado del biznieto.
Mi marido murió hace tres años. Mi amiga de A.A. Felicia perdió a su hijo un día después de que murió mi esposo y nos encontramos en la funeraria. Era para las dos un momento triste. Cuando dos personas pueden llorar juntas y abrazarse una a otra, son amigas íntimas.
El programa y la Comunidad están aquí para ti también. Si no puedes asistir a una reunión por ti misma, los miembros te llevarán. Es una manera estupenda de encontrar el amor y la sobriedad, y yo no volveré nunca a sentirme sola. Los años dorados son verdaderamente de oro — sin mancha alguna.


SUPONÍA QUE MI FORMA DE BEBER ERA OTRO SÍNTOMA DE NEUROSIS

“Suponía que mi forma de beber era otro síntoma de neurosis.”
Durante más de 20 años bebí sin sentirme impulsada a hacerlo. Podía dejar la bebida, y a menudo la dejaba.
Pero tenía otros problemas — profundos problemas emocionales. Desde mi adolescencia, quizás antes, experimentaba depresiones. Cuando tenía poco más de veinte años, después del nacimiento de mi hijo, sufrí una grave depresión pospartum, e inicié un tratamiento psicoterapéutico que, con algunas interrupciones, duraría muchos años. Aunque había buenas épocas en las que conocía el alivio, funcionaba bien y trabajaba productivamente, siempre me parecía que existía una barrera que me separaba de la vida que deseaba.
Durante estos años, me casé dos veces, y dos veces me divorcié. El alcohol no tuvo nada que ver con estos fracasos.
Diez años después, supe que tenía un problema con la bebida. Acababa de tener un éxito profesional cuando me puse enferma de paperas. Al recobrar la salud, me vi hundida en una depresión severa, sin aparente causa, salvo que mi médico me había dicho que a menudo las enfermedades causadas por virus dejaban deprimidas a sus víctimas. Creo que no le dije en aquel entonces que, además de la depresión, que me era familiar, estaba experimentando algo raro: mi forma de beber había cambiado totalmente, convirtiéndose en compulsiva
Mi hijo era adolescente, y si la bebedora solitaria se odia a sí misma, la bebedora que es madre y responsable del bienestar de su hijo siente una culpabilidad y una repugnancia de sí misma indescriptibles. Y por supuesto, para librarme de estos sentimientos, bebía sistemáticamente hasta perder el conocimiento — lo recobraba, volvía a beber y lo perdía de nuevo. Era una pesadilla.
No obstante, lograba preparar la comida, mandar la ropa a la lavandería, y ver a mi hijo irse a la escuela. Nosotros nos queríamos y nos odiábamos al mismo tiempo — y de las dos emociones era difícil saber cuál era la más dolorosa. Mi hijo fue el primero a quien confesé que yo era alcohólica. Me preguntó, “¿Por qué bebes tanto, mamá? Te hace oler mal.”
Le respondí, “Bebo porque soy alcohólica.”
Pero no sabía lo que significaba ser alcohólica. Acostumbrada a considerarme una persona neurótica, suponía que mi beber era otro síntoma más de esa neurosis, y que lo que tenía que hacer era ahondar aún más en mi inconsciente para descubrir lo que me compelía a beber — y entonces podría volver a beber como antes bebía. Así que empecé de nuevo el peregrinaje de un siquiatra a otro.
La última locura de mis días de bebedora ocurrió después de que mi hijo se fue de casa para asistir a la universidad. Un fin de semana en que fui a visitarle me llevé conmigo todo el dinero que me quedaba y compré un motel cerca de la ciudad universitaria. Era una “cura geográfica”; tenía la esperanza de que ‘ cambiando de residencia y de forma de vida, podría olvidarme de mí misma.
Durante el primer año, mientras trabajaba en la restauración de la vieja casa de campo y las siete cabañas anexas, logré dejar de beber. Sin embargo, me estaba pasando algo nuevo. Cuando regresé a Nueva York para una visita, fui a consultar con mi doctor, a quien le agradó ver que había perdido 30 libras. “¿,Qué has estado haciendo?” me preguntó.
Le dije, “Creo que he cambiado de adicciones.”
“¿Qué quiere decir eso’?”
“He sustituido la adicción al alcohol por la adicción a los tranquilizantes.”
“Tonterías,” me replicó “no se puede tener adicción a los tranquilizantes.”
En aquella época, los tranquilizantes eran un medicamento relativamente nuevo. Ahora los médicos saben lo que yo ya sabía entonces. No podía limitar la cantidad de medicación que tomaba a la recetada por el médico.
Mi declive fue abrupto. Una hospitalización en estado comatoso, causado por una mezcla de alcohol y tranquilizantes. Otra en un intento vano de acabar con mi adicción a los tranquilizantes. Una tercera por haber tomado una dosis excesiva de barbitúricos.
Esta última vez me atendió un siquiatra quien consiguió ingresarme en una clínica siquiátrica de Nueva York para una estancia de seis meses. Pero al salir, dada de alta del hospital, todavía no tenía la más mínima sospecha de que era alcohólica. Me dijeron que no bebiera, pero no me dijeron por qué no debía beber; eso me ofendió y, por supuesto, seguí bebiendo.
Entonces, comenzó un círculo vicioso en el que me vi presa durante tres meses: bebía hasta que me aterraba el alcohol y luego tomaba tranquilizantes hasta que estos también me aterraban. Llamé a un amigo que había pasado nueve meses sobrios en A.A. y le dije que estaba lista para probarlo. Menos de una semana después, me encontré en mi primera reunión, con una sensación tremendamente conmovedora y liberadora de haber vuelto a mi casa, de estar donde debía estar. Mirando alrededor de la sala, sentía lo diferente que esa gente era. Muchos de los enfermos que había conocido en el pasado, casi siempre trataban de adaptarse a su enfermedad. A diferencia, estos A.A. estaban haciendo un esfuerzo por recuperarse. Eso yo también lo quería.
Seguí tomando tranquilizantes durante más o menos una semana después de mi primera reunión, pero me di cuenta durante ese tiempo de que, como alcohólica, no debía tomar ninguna sustancia química que pudiera afectar mi estado de ánimo.
Al principio, supuse que, habiendo sido una borracha depresiva, iba a experimentar depresiones estando sobria. El milagro más grande de mi sobriedad ha sido el verme casi completamente libre de la depresión. Las ideas que saqué del sicoanálisis me ayudaban, pero el programa de A.A. fue el que me liberó para emplearlas al máximo.
Me lancé al programa como para aplacar una sed. Asistía a muchísimas reuniones y volvía tan absorta en el programa que, durante un rato, me era difícil concentrarme en otras cosas. No obstante, mientras trataba de aplicarme en el programa, los resultados empezaron a manifestarse — en mi tranquilidad de espíritu, en mis relaciones con los demás, y en la gradual recuperación de mi competencia profesional.
Estoy agradecida especialmente por la relación que tengo con mi hijo que, habiéndome visto recobrar mi salud, parece haber logrado una nueva fe en la vida y en sí mismo. “Si tú puedes hacerlo, mamá,” me dijo una vez, “cualquier persona podrá.” Un cumplido tal vez indirecto, pero agradable.
Desde que llegué a A.A., tengo verdaderamente la sensación de haber renacido, de haber roto aquella barrera que me separaba de la vida que quería vivir. Quiero vivir la vida que ahora vivo — una vida basada en los principios de A.A.